1. Lo que no se anota, no existe
Antes confiaba en mi memoria (spoiler: error). Ahora anoto TODO, desde pagar la luz hasta responder un WhatsApp. Escribirlo baja el ruido mental y me deja espacio para lo que sí importa.
2. Planificar la noche anterior
Mientras tomo un té, cierro el día anotando lo que voy a hacer mañana. Así me levanto con el camino armado y no pierdo media hora pensando por dónde arranco. Es mi regalo para la Agus del futuro.
3. Arrancar por lo fácil
Siempre empiezo con 2 o 3 tareas rápidas. ¿Por qué? Porque tacharlas me da ese shot de dopamina que necesito para engancharme con el resto. Básicamente: arranco el día ganando.
4. El placer de tachar
Tachar es terapéutico. Literal. Cada vez que cruzo algo de la lista siento que el mundo está más en orden. ¿No llegué a todo? Lo paso al día siguiente. Sin culpa, sin drama.
5. Revisar lo que arrastro
Si una tarea la vengo paseando toda la semana, me pregunto:
¿De verdad la necesito hacer?
¿La puedo delegar?
¿O ya fue y no tiene sentido?
Spoiler: muchas veces la borro, y me quedo más liviana.
💜
Dejar de procrastinar no es hacer más, es hacer mejor. Hoy mis días son más claros, más livianos y (lo juro) más disfrutables.
Probá con algo simple: agarrá un cuaderno y tachá tu primera tarea. Después me contás la magia que se siente.